Son ya muchos los grupos nacionales que se lanzan, sin complejos ni estéril mimetismo, a explorar los sonidos del folk-rock norteamericano, ese que iniciaron los Byrds, ensancharon The Band y en las últimas décadas ha ofrecido frutos tan brillantes como The Jayhawks. Entre ellos hay uno que destaca por su personalidad tan marcada: Copernicus Dreams. Su música tiene la rara habilidad, al menos ese es el efecto que me causa a mí personalmente, de hacerte sentir nostalgia de tiempos no solo pretéritos sino también, extrañamente, de tiempos futuros. De una belleza extrema, las canciones del grupo que gira en torno a Chus González son como delicadas estampas, fotografías de un tiempo y un lugar que ya no existen o quizás jamás existieron.
Todo ello ya se intuía en discos anteriores, pero este Goals and Illusions, tercer disco de la banda cántabra, es la guinda de un pastel todavía breve y prometedor pero ya muy apetitoso. Metas e ilusiones, eso es lo que todos necesitamos en nuestras vidas para levantarnos cada mañana, y eso es lo que nos ofrecen Copernicus Dreams en este excelente disco, aunque algo escondidas entre capas de melancolía. “Nobody knows the end of the movie”, cantan en el tema titular, una maravilla que suena a los mejores Jayhawks. Sí, el futuro solo nos ofrece incertidumbre, pero aun así hay que aferrarse a las ilusiones y las metas. En “Matter of time” ya nos dicen claramente que “incluso en los peores momentos, es solo cuestión de tiempo”. El mensaje, pues, oscila entre la esperanza y el recelo. Más directa y optimista es “Rocking the rock”, dedicada al gran divulgador Joserra Rodrigo, creador del Último Vals de Frías (donde Copernicus Dreams tuvieron un papel destacado), un tipo que contagia entusiasmo y amor por la música allá por donde va, dejando una huella imborrable que esta canción ha sabido captar perfectamente.
Hasta ahora hemos escuchado todas las referencias habituales en la banda, desde The Jayhawks hasta The Band, pasando por Crosby Stills and Nash. Todo muy americano. Pero en “Heartless trouble” nos esperan, agazapados, los Beatles. Sin dejar de sonar a esas raíces americanas, hay matices que nos hacen pensar en los cuatro de Liverpool. Quizás sean esos arreglos de cuerda que vienen a ponerle el contrapunto a las steel guitars. O las melodías, aunque estas precisamente abundan a lo largo del disco. El caso es que una pizca de englishness asoma en esta y en alguna otra canción de aquí al final del álbum: “Old days” es la canción que hubiesen hecho los Kinks si hubieran sido americanos, y quizás en el álbum Americana de Ray Davies no desentonaría.